El otro día hablaba con una compañera que este curso pasó, por causa mayor, de infantil a primaria.
Y el cambio le estaba provocando una crisis existencial, que lo mismo al conocerla te identificas. Yo lo hice.
Resulta que.
Me decía que no concebía cómo en dos meses de verano, los meses que separan educación infantil de primaria, los niños dejaban de ser niños para convertirse en niños mayores a la fuerza.
Me decía que no sabía cómo explicar cómo se sentía, que no podía seguir el ritmo de sus compañeras, el que les marcaba el libro de texto, letra tras letra, sin cuentos, sin escenografías, sin representaciones, ni juegos ni demás estrategias que ella seguía en infantil para presentarle las letras a sus niños.
Ella viene de trabajar de una manera distendida y relajada, partiendo de objetivos y no de fichas y fichas que hacer.
De repente, se encuentra con el sistema rígido y veloz de primaria.
Ya se acabaron los juegos, porque tienen que aprender a leer y escribir «de forma seria».
Puede que esa angustia la estés sintiendo, o hayas sentido en algún momento de tu vida profesional, porque no es algo exclusivo de personas que pasan de Infantil a Primaria.
Sin ir más lejos, yo también la sentí, y el señor nudista, también.
Hay gente que se siente muy cómoda enseñando de «forma seria», al estilo militar guardando los silencios, amenazando y esas cosas.
No sé cómo lo ves tú, pero para mi no es una buena señal.
Al menos yo lo viví así.
Había algo, internamente, que me decía que algo no funcionaba, que algo no estamos haciendo bien y sea por el motivo que sea seguía y me metía, más y más, en la rueda del hámster casi sin darme cuenta.
Pues bien.
El estrés, continuo, mata.
Hasta ahí todos de acuerdo
Y la docencia no iba a ser menos.
Mata las ilusiones, las ganas de niños y docentes.
Ese afán por dar todo lo que viene en el libro de texto, mata y casi lo envenena todo.
Por eso es bueno parar de vez en cuando. Mirar hacia atrás y hacia delante y replantearse lo que hacemos, porqué lo hacemos y lo que realmente querríamos hacer.
Cuando llegó mi momento de echar el freno, hace ya algunos años, me sentí perdida. Decir lo contrario sería engañarte y engañarme.
Empecé a probar de aquí y de allá, a perder horas y horas intentando llevar a clase planteamientos complicadísimos que sólo me llevaban a la confusión y a quitar las ganas de cambiar.
Algunos cuentan este camino como un camino fácil y de rosas. Pero no fue mi caso.
La primera estrategia que puse, que me funcionó genial, genial, fue la estrategia del método de los 11+1 pasos.
(En aquella época no sé cuantos pasos había, la verdad. Fue con el tiempo cuando sistematizamos aquella estrategia en pasos para exponérsela a muchos compañeros en diferentes formaciones).
No fue un camino de rosas, pero valió la pena. A mi, me valió mucho la pena.
Y no es porque me sienta mucho mejor, que es así, es porque sigo viendo a diario la forma de trabajar de los alumnos.
Y como diría el anuncio, eso no tiene precio.
Ojalá, lo hubiese descubierto antes.
Antes.
Lo bueno, cuanto antes lo conozcas, mejor.
Mucho mejor ahora que dentro de un año, o peor, que no lo llegues a conocer nunca.
Para que eso no ocurra, puedes apuntarte aquí: